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En
los días de América colonial, la "llave" consistía
en una "barra" o "tranca" cruzada por el lado interior
de la puerta. Descansando en ambos extremos del marco, en dos soportes,
por lo general de madera, estos a veces también eran metálicos.
Luego, en un extremo había anudada una cuerda, la que subía
y cruzaba la puerta por un agujero, por donde caía al exterior.
Así el visitante podía tirar y abrirla. Esto le indicaba
que era bien venido.
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